RAFAEL GAGO Y PALOMO


RAFAEL GAGO PALOMO:  RECUERDOS DE UN ESTUDIANTE

El periodista Rafael Gago Palomo publicó en La Alhambra. Revista Quincenal de Artes y Letras una serie de catorce artículos bajo el título de Recuerdos de un estudiante. Publicados a partir de 1915, el periodista (él utiliza el término publicista), que se siente al final de sus días, evoca su vida  de estudiante de Medicina en Granada entre 1868 a 1874, es decir, durante los años del Sexenio Liberal; en una ocasión se disculpa de los yerros que pueda cometer, pues los hechos rememorados a vuela pluma ocurrieron  hace cuarenta y tres años.

La serie  quedó inconclusa, ya que los últimos cuatro números se publicaron póstumamente, y las memorias terminan sin colofón, de una forma abrupta. En el número 430 de La Alhambra, publicado el 29 de febrero de 1916, aparece una sentida nota necrológica de su director, Francisco de Paula Valladar, titulada Crónica triste: Jiménez Campaña y Gago, dedicada a las desapariciones del sacerdote lojeño Jiménez Campaña y Rafael Gago y Palomo el día 20 de febrero. Según dice, la muerte de este se produjo repentinamente. En el número siguiente aparecen seguidos, el final del capítulo XI de los Recuerdos... y el obituario  firmado por Ángel del Arco, que se reconoce su amigo, y que empieza Ya se acaban los clásicos... En pocos días ha perdido Granada dos puntales de su cultura: Jiménez Campaña y Gago y Palomo.

El periodista  pertenece a la alta burguesía granadina; su abuelo materno, D. José M.a Palomo y Mateos, del partido moderado, fue alcalde y corregidor de Granada; él fue quien trasladó el ayuntamiento del palacio de la Madraza a la plaza del Carmen. Vivía el escritor en el carmen del Albaicín que posteriormente adquirió don Manuel Gómez Moreno, junto a la iglesia de San José,  y su familia poseía un cortijo en El Fargue, camino de Beas, llamado La Fuentecilla.. Aunque inició Derecho, Medicina, la Escuela Militar, Astronomía, en Granada y en Madrid, no obtuvo ninguna titulación. En los años ochenta destacó en el mundo cultural de Madrid, donde llegó a presidir el Ateneo y a dirigir el diario El Debate, para terminar volviendo a Granada, donde fue concejal y envejeció arruinado. Su amigo Matías Méndez Vellido, habla de su cierto inveterado bohemismo, y le reprocha su propia imprevisión, su impasibilidad, que es consecuencia de su bondad e infinita humildad.
El autor es casi contemporáneo de Ángel Ganivet (nacido diez años después), pertenece, por tanto, a la Generación del 98. No solo por edad, sino también por el espíritu crítico y modernizador con que describe la Granada del último tercio del siglo. Comparte la curiosidad con los adolescentes que en su madurez protagonizarán la renovación política, intelectual e industrial hacia el año 98; algunos aparecen en la siguiente relación de componentes de la tuna: su amigo fraternal, el también médico y escritor Matías Méndez Vellido, José Ortiz Linares, Manuel Godoy,  el exmédico militar Antonio Méndez Vellido; Manuel López Sánchez, exalcalde de Granada; José Rus Cabello, Director del Instituto de vacunación; Miguel Tójar Castillo, Magistrado; Manuel Corpas, otro Menéndez Pelayo de la Jurisprudencia; Luis Pineda Hidalgo, rico hacendado de Maracena, José María y Melchor Sáizpardo, que vivían en el Carril del Picón... Muchos de ellos serán más adelante sus hermanos en la Cofradía del Avellano, en donde Rafael Gago era conocido como Paco Castejón. Bajo este seudónimo aparece también como amigo de Ángel Ganivet en la novela de éste Los trabajos del infatigable creador Pío Cid.

Rafael Gago Palomo se nos muestra en estas memorias como un muchacho intrépido, curioso, inteligente, lejos del hombre bonachón, desganado e indolente que fue en su madurez. Explica de forma deliciosa anécdotas impagables de la Facultad de Medicina, situada entonces en el hospital de San Juan de Dios, y sus profesores, entre los que destaca al decano, el doctor don Juan Creus, a don Aureliano Maestre de San Juan y a don Benito Hernando (retratado como Boabdil por Francisco Pradilla en La rendición de Granada). Pero también se refiere a sus maestros en la infancia en las escuelas de Santa Inés y de Jesús Nazareno, y luego, durante el bachillerato, en el instituto que se encontraba en el actual colegio mayor de  San Bartolomé y Santiago, de donde recuerda con admiración al esforzado profesor don Rafael García Álvarez, quien, como es sabido, fue el primer profesor español en divulgar en un libro de texto las teorías de Darwin, lo que le acarreó su excomunión y la quema de dichos manuales.

A lo largo de los catorce artículos el autor va desgranando sus recuerdos un poco caóticamente y a veces con evidente precipitación. En ocasiones pone de manifiesto sus vacilaciones de nombres y fechas, justificadas por el tiempo pasado. Muy meticuloso es con la descripción de los manuales que utilizaba y la crítica de algunas de aquellas teorías científicas.
Entre las anécdotas más sabrosas destacan las mañanas estudiando en los jardines de la Alhambra (adonde acudía a las cinco de la mañana, en donde tiene  ocasión de coincidir con Fortuny, mientras este pintaba El jardín de los poetas; sus reuniones en el café de Eloy, en la plaza del Campillo, y en el Suizo; sus excursiones por Sierra Elvira, Valparaíso, y el cerro de Montiate y la Chorrera, en el camino de Beas (maravillosa la entrega quinta de estos Recuerdos…, que hoy podemos considerar una precisa guía para hacer una cómoda excursión); la extenuante celebración del carnaval, la explosión popular de la revolución del pan ("¡pan a ocho!"), la temprana admiración por Bécquer, la galería de tipos excéntricos, como el coronel De Miguel, o el capitán carlista don Carlos Calderón y Vasco, su alumno Nazario Ortiz Granados, o los hermanos Reclus; o más populares como Antonio el Oraor, o Antonio el Feo, o el falso sirio maronita; no faltan bellas granadinas, como Isabel Torrente o Lina Contreras (la Alhambra hecha mujer); también refiere las animadas discusiones políticas entre carlistas, alfonsinos, amadeístas  y republicanos (él dedica sus elogios a Prim y a Ruiz Zorrilla, aunque en su círculo predominan los carlistas), o religiosas entre tomistas y platónicos, y filosóficas, científicas, etc., que se celebraban en los cafés citados, en
 la Facultad (el hospital de San Juan de Dios), o en la tertulia de la librería Reyes, en la plaza del Carmen, en el club jacobino de Santo Domingo, en el Liceo, en la sociedad La Confianza, que se reunía en la iglesia de San Felipe de Neri; o en el Salón de Tersícore; rememora la gastronomía suculenta de la fonda de Orsini, en la calle de los Tundidores (quizá sea el actual La Sabanilla) de la que enumera su variada y riquísima carta; da cuenta de la implantación de las primeras fábricas de azúcar de remolacha por la iniciativa de los señores Creus y Rubio Pérez, que tan decisiva  fue para Granada en todo el siglo XX; las cencerradas populares dedicadas a una carbonera de la calle San Antón (el barrio más concentrado y populoso de Granada, según Rafael Gago); la animada descripción de los rastros de Puerta Real, Bibarrambla, Plaza de Toros y Humilladero, en donde le llama la atención  la elocuencia de un charlatán llamado Lerroux (Gago no lo sabe cuando lo describe, pero veinticinco años después, el buscavidas será Presidente del Gobierno de la aciaga II República); los principales periódicos de Granada (La Lealtad, de don José Genaro Villanova; La Idea, de Melchor Almagro; y el Diario de Granada, de José Reyes), etc.
Se trata, como se ve de unas memorias que refleja de forma viva unas vivencias personales, la adolescencia de un joven burgués, estudiante de Medicina; y es también una variada miscelánea de personajes, lugares, fiestas y movimientos sociales de todo tipo en una época convulsa. Es una mirada amena y entrañable, entre Pedro Antonio de Alarcón y Ángel Ganivet; como escritor realista, no tiene los excesos costumbristas e historicistas del primero,  ni el dolorido criticismo nihilista del segundo. Es un documento valioso, en el que el lector encontrará numerosos testimonios de la Granada del siglo XIX, incluso en alusiones o simples menciones referidas por el autor de soslayo.
El estilo es increíblemente ameno y natural, muy agradable de leer; sin retoricismos, ni pretensiones, con abundantes términos coloquiales, propios del argot juvenil y del habla granadina, como roer un libro, callejolines, cortijo de panllevar, un perro gordo (una moneda), latinajos, balumba, etc. He conservado la ortografía,  capitalización y acentuación original (estiage, la más plácida nirvana), por cuanto no dificulta la lectura y supone un testimonio de la vacilación ante los neologismos y la evolución  fonética de las palabras;  y también del descuido y evidente precipitación con que, a veces, redacta el autor algunos capítulos de estas memorias.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Buenas tardes,
Una apreciación, por lo que sé ejerció de médico de la cruz roja, por lo que si debio terminar sus estudios.
Anónimo ha dicho que…
Al ver la apreciación realizada en el anterior comentario, me gustarira saber si posee mas conocimientos al respecto, así como acontecimientos de su vida privada, gracias

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